En el último año he leído tres novelas japonesas: Una cuestión personal de Kensaburo Oé, Kokoro de Natsume Soseki y Confesiones de una máscara de Yukio Mishima. Intentaré decir algo de ésta última.
Para establecer algún tipo de comparación entre ellas diremos que la primera novela es un montículo y las otras dos son un cerro y montaña respectivamente.
El montículo uno lo sube sin siquiera darse cuenta por lo que podemos pasar sobre el sin experimentar nada. Del cerro y la montaña no podemos decir eso.
Entre el cerro y la montaña hay tanto una diferencia cuantitativa como cualificativa.
La montaña está hecha a escala de algún dios y nos subyuga su belleza, aunque su belleza nos angustie (como podemos recordar en la descripción del color blanco en Moby Dick; o la Ballena).
Siguiendo con la analogía podemos decir que Confesiones de una máscara es una montaña, grandiosa, pero la cual, no se escala por fuera mientras se contempla el paisaje, no. En este caso la escalamos por dentro y nos invade la angustia de la oscuridad profunda, pero que vamos caminando en ascensión gracias a las luces y respiros, por breves que sean, que nos brinda el protagonista.
En Confesiones de una máscara el narrador nos va contando y mostrando su vida desde sus primeros años hasta llegar a su vida actual en la que es un joven graduado de Derecho, lo que le importa nada.
Koo-Chan, el protagonista, se sabe diferente de los demás desde su infancia y no por sí mismo sino por las reacciones que ve en sus familiares. Así por ejemplo, cuando juega con sus familiares a disfrazarse tiene la mala ocurrencia de elegir unas ropas de mujer y cuando es llamado por su madre ve en la cara de ella una cara seria, adusta en que sus ojos van de él a otra parte por no querer posarlos en su hijo.
Menos mal no estaba el padre.
Y es así, como a lo largo de su adolescencia y juventud va reprimiendo su instinto, creyendo que lo que siente no es “normal” y va edificando un monumento de razones para justificarse para no darse al “vicio” aunque por otra parte uno ve que el personaje sabe que lo que está haciendo no es natural y que Koo-Chan a lo largo de la novela, mediante bellas metáforas e imágenes (no recuerdo a un autor que se le diera tan fácil y natural la creación de símbolos), uno va sintiendo opresivamente como se va construyendo una máscara para ser aceptado en su entorno familiar y social.
Y en eso no lo ayuda su profunda sensibilidad ni menos su atormentada consciencia.
Hay que recordar que está novela se publicó en 1949 y que retrata la sociedad japonesa de las décadas treinta y cuarenta del siglo pasado, vale decir, en un mundo en que la diversidad sexual es difícil por no decir imposiblemente, aceptada (en Chile esto puede ser actual).
Y vamos leyendo, como dice Baudelaire, con el corazón en la mano, las distintas etapas que nos relata, desde su enamoramiento de un joven en la escuela, hasta su ida a la universidad y al frente (a finales de la II Guerra Mundia), hasta su rechazo a casarse con una joven (la había enamorado para “demostrarse” que le gustaban las mujeres).
El humor, a costa de sí mismo, viene a aligerar la novela.
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